Cambio de colores

— No pienso repetírtelo. Suéltala— dijo el joven empuñando una espada con toda la rabia que yacía dentro de él.

— ¿O qué? La campesina no te interesa para nada, pequeño príncipe verde.

— Bastardo.

— Esas no deberían ser palabras de un príncipe de tierras del sur, pero no me extraña, rechazas el color azulón al que en verdad perteneces— proseguía el demonio sujetando a la joven amada del muchacho—. Te vendes a tierras cordubesas escondiendo tu verdadera identidad y haciéndote nombre en aquella zona, sin pensar en que el imperio azulón necesitaba al heredero para continuar. Dime tú pues, joven príncipe de azulón, ¿hiciste bien en marchar de Malaca para ir a Corduba? Dejando un imperio, una familia y una esposa proveniente del norte.

— Yo no quería esa vida. Soy noble por obligación y futuro rey por derechos, pero yo no quiero eso, yo quiero vivir mi propia vida y no la que me dicten.

— ¿Entonces enamorarte de esta chiquilla es lo que tú llamas 'propia vida'?

— ¡Ella no tiene nada que ver en esto! ¡Todo es entre tú y yo!— gritó desesperado al ver como las lágrimas de la chica caían sin control por su rostro mientras era retenida por el cabello.

— De verdad que no tienes remedio joven príncipe.

— Carlos. Llámame Carlos.

— Por favor, no he de mencionar vuestro nombre verdadero delante del pueblo.

— Si te digo lo que me importan ahora mismo las leyes… — la espada comenzaba a tener un color carmesí. La furia iba en aumento.

— Te va a pasar como a Ulises príncipe: Te ahogarás en las aguas de Poseidón.

— Atenea siempre velará por él, y siempre le salvará, e ahí porque Ulises siempre soñará con ella al dormir. Yo tengo mi musa ya.

— ¿Es esta sucia muchacha?— preguntó levantándola del suelo haciéndola gritar del dolor. El chico apretó mas su espada y terminó saltando hacia él.

— ¡Sucia es la mujer que decidió tenerte!

— ¡Tienes la boca muy grande zagal!— contestó esquivando el golpe y colocándose por otra roca más arriba—. Ahora vas a probar como Ulises bebía el agua de Poseidón.

— No me das ningún miedo Manuel de la Cort, simplemente eres un rastrero de tierras romanas. Uno del sur sin valor alguno en su país.

— Claro, eso y mucho más. Ahora ven a por mí príncipe, si sabes nadar claro.

Una gran ola apareció de la nada, y entonces comenzó la guerra de dos zagales de mediana edad enamorados de la misma mujer. Mientras ella, lloraba por la vida en peligro de su verdadero amor: El muchacho azulón vestido de verde.